Hace unas semanas Paola obtuvo, como regalo y petición de su séptimo cumpleaños, una Barbie. La nombró como ‘Tamara’, pero le decía ‘Tammy’ de cariño.
No hacía más que jugar con ella todo el día. Se bañaban juntas, comía con ella: le embarraba las mejillas, papada, boca y cuello al arrimarle cucharadas de sus alimentos; dormía con ella, la traía consigo a donde fuere. Era ya Tammy su mejor amiga, después de Camila, una compañerita de su primaria. Camila, para variar, tenía también una Barbie, pero más nueva que Tammy; la muñeca se llamaba Liliana pero le decía ‘Lilly’.
Al salir del colegio, Paola y Camila, se juntaban por las tardes a jugar con las Barbies. Antes de tener las muñecas, jugaban entre ellas, platicaban y correteaban. La atención, entonces, iba dirigida a sus anheladísimas mujeres miniatura plastificadas. Las niñas tomaban a las Barbies por la cintura, las hacían caminar con tacones, escalar árboles con sus atuendos de camping, manejar por la ciudad (el piso) en su Barbie-Móvil, tomar el sol en su Barbie-Camastro, tomar café de tacitas vacías en la sala de su Barbie-Mansión, vestirlas con todos sus cambios de Barbie-Ropa.
Con coche, un vasto repertorio de ropajes, casa, paseos, atención, etc., sus Barbies vivían mejor que millones de personas en el mundo, pero sus dueñas eran niñas pequeñas e inocentes, no lo sabían. Ellas se consentían, se divertían a montones. Estaban contentas con su juguete, que era lo que realmente importaba. A esa edad basta con que se entretengan, pensaban sus padres.
En el fin de semana siguiente a Paola se le ocurrió darle un poco de personalidad a Tammy, así que le pintó las uñas con esmalte real, aunque le manchó todas las manos de rojo, como si hubiera estado en una masacre. La solución que halló fue cortarse sus propias uñas ya pintadas en pedazos diminutos y adherirlas con diurex a las de la muñeca. Parecía que Tammy tenía, en cada mano, un guante brilloso con garras expuestas, no se veía tan mal. También, para darle un toque propio, Paola arrancó los cabellos del peine con los que cepillaba diariamente su melena castaña después de la ducha, e hizo una peluca para Tammy. Se la adhirió con pegamento sobre la cabeza ya calva, por supuesto, después de haberle arrancado los cabellos rubios ayudada del piso, su zapato parado sobre la cabellera y una serie de jalones por las piernas, en los que casi decapita a Tammy.
A Paola le quedaban grandes las mangas de su suéter escolar naranja, recortó dos rectángulos de cada una, les hizo algunos hoyos para los brazos, otros para las piernas, los midió, hizo unos cuantos arreglos para finalmente juntarlos con grapadora. El nuevo vestido naranja de Tammy parecía tener finos encajes de plata la espalda. También recortó un pedazo de su funda de almohada floreada: le hizo un reboso muy lindo. Quedó Tammy muy elegante y llamativa con su nuevo look. Paola estaba fascinada, muy alegre, satisfecha por su creación.
En una caja de zapatos construyó la cama de Tammy. Obviamente su mamá enfureció cuando vio que Paola había recortado también su edredón para hacerle una colcha a la Barbie. Puso Paola una mesa emparejada a un costado de su cama, donde colocó la muñeca al lado de ella, a su vista y alcance. Todas las noches encendía unas velas que encontró en una vitrina de su sala, acariciaba su muñeca, diciéndole cuán bonita era, que bien se veía con su nueva apariencia, la besaba, incluso la llamaba ‘pequeña Paola’, le contaba cuentos de Ken, la arrullaba, hasta dormir.
Un día, Paola invitó a Camila a su casa para presumirle y mostrarle lo que había hecho. Estaba sumamente orgullosa. Camila se sorprendió, la felicitó, le propuso cambiar de Barbies por una semana. Paola aceptó. Le quería mostrar qué era una vida de reinas a la Lilly, la Barbie ajena. Quería que Camila admirara minuciosa y detalladamente todos los arreglos que le había hecho a Tammy, le dio la cama, colcha , la vestimenta, las velas, e indicaciones de cómo tratar a su princesa Tammy. Le prohibió cambiarla, porque era difícil ponerle la ropa de nuevo, exigió bañarla dos veces a la semana, sacarla a pasear, asolearla, etc.
Camila hacía lo que Paola le había dicho, todas las noches encendía las velas, la acariciaba, la llamaba por su nombre, ‘pequeña Paola’. Como un rito.
El primer día no pasó mucho, fueron a la escuela, cambiaron de Barbies en los recreos para no extrañarlas, se regresaron a las muñecas, se despidieron de ellas, jugaron en la casa, durmieron. Paola no le hizo nada especial a Lilly, la Barbie de Camila. Camila sí repitió el rito con Tammy.
El segundo día hicieron lo mismo que el primero. Como era Martes Paola tenía clase de natación. Casualmente a Camila se le ocurrió bañar a Tammy. La metía y sacaba del agua, la dejaba bucear, etc. Paola al mismo tiempo se ahogaba en la alberca. Rito nocturno.
Tercer día. El mismo intercambio temporal en la escuela, el mismo rito en las noches. Camila sacó al patio a asolear a la muñeca, pero la olvidó cuando su mamá la llamó a comer. A Paola le dio una calentura de 40 y tantos grados. Terrible, fue dar al pediatra, le recomendó quedarse en cama todo el día. Velas por la noche.
Cuarto día, Paola faltó a la escuela. Camila jugaba con ella sola en el recreo, la aventaba por los aires y la atrapaba, pero no siempre. Las 4 o 5 veces que no la cachó, se le zafó un brazo. Camila caía de la cama, se metía tremendos golpazos. Quedó llena de moretones, cortadas y un hombro dislocado. Por la tarde ambas jugaron con las muñecas, Camila consintió a Tammy, Paola se sintió mejor, aunque los moretones no se borran en pocas horas. Por la noche, como de costumbre, Camila repitió el rito de velas, acostarla en la cama, acariciarla, etc.
Quinto día, Viernes, hicieron lo que los primeros 3 días en la escuela, tarde y noche. Camila quiso aventurarse un poco, le puso a Tammy encima los abrigos y atuendos deportivos. Improvisó dentro de una hielera un valle, la nieve era unicel y hielo escarchado, las piedras como montañas, etc. Metió a Tammy. A Camila le dio un resfriado de aquellos, estaba muy herida. Después de unas horas, milagrosamente, mejoró.
En la noche Paola y su familia fueron al circo. No llevó a Lilly.
Camila se quedó en casa jugando, dejó la Barbie en el suelo, fue al baño, cuando regresó vio a su gato con Tammy en la boca. Al mismo tiempo en el circo, cuando sacaron a los tigres de bengala hubo un ataque al público. Paola fue la víctima.
Camila se deshizo de Tammy, la tiró a la basura.
Tammy en el basurero de la ciudad quedó divagando llena de energía de Paola. Era una muñeca viviente. Estaba ya muy sucia y apestosa. De tener una vida gloriosa y envidiable por tantos, pasó a miserias. Buscó compañía de juguetes, encontró algunos luchadores, imitaciones de Barbie con la cabeza demasiado suave, coches Hot-Wheels demasiado pequeños para ella, peluches tuertos, Súper-héroes tristes. Entre su larga e incansable búsqueda de amor encontró un Ken sin piernas, lo rescató y pasó su miserable vida construyendo su casa a partir de latas, cajas de cartón, bolsas de plástico y papel.
José Andrés Pérez Castillo, Marzo 2009.